Su mundo era el ideal. Amaba, y lo decía en líneas cortas, que durante su vida apenas fueron leídas, y que después de su muerte impuso al público lector Ramón Correa, íntimo amigo del poeta.
Porque, en honor de la verdad, ninguno de los que tomábamos el café cotidianamente con Becquer en el Suizo Viejo (Bernardo Rico, el dibujante Vallejo, Ángel Avilés, Inza, Luis Rivera, Roberto Robert, etc.), ninguno, repito, creíamos ni podíamos sospechar que al año de muerto nuestro amigo sus versos recorrerían el mundo y él figuraría en la inmortalidad al lado de los melancólicos poetas alemanes.
Era un hombre negro. Moreno hasta la exageración, sombrío hasta la grosería, soñando despierto, viviendo modestísimamente del sueldo de doce mil reales que su amigo González Brabo le dió como censor de los demás, Gustavo Becquer fué durante su vida víctima de la prosa de la existencia.
Vivía en la calle de las Huertas, en un tristísimo cuarto bajo que yo alquilé cuando él lo dejó, y que parecía destinado á engendrar la tristeza en el ánimo de sus habitantes. Allí perdí yo seres queridos, allí pasó él grandes amarguras, allí debió decir
- Dejé la luz á un lado, y en el borde
- De la revuelta cama me senté....
porque el cuarto bajo aquel parecía una cárcel....