ría de hombre de gran mundo, y no muy frecuente en países meridionales.
Como artista, deja un gran vacío en la comedia de costumbres. Actores que se vistan á la antigua y digan ó disparen tiradas de versos castellanos ni más ni menos que en tiempo de Calderón, todavía salen muchos en nuestra España. Actores en quienes la naturalidad, junta con la distinción, produzcan el efecto que pide la comedia moderna, tenemos muy pocos. Aquella franca y exactísima manera de hacer el conde de El Pañuelo blanco, ó el alegre y travieso muchacho de El Anzuelo, era especialísima en Catalina; y la costumbre de vestirse bien fuera de la escena y de vivir siempre entre las altas clases, le daba un sello personal que no puede tener, aunque le sobre talento, el cómico que viste de americana y hongo, y después de pasar la tarde en el rincón del Suizo con los toreros, ha de representar por la noche El Hombre de mundo.
Nunca tuvo disgustos ni disensiones en asuntos de dinero, y ha sido acaso el único actor-empresario que se consideniba feliz con atender á sus obligaciones, aunque no ganase nada, porque en él el amor del arte lo dominaba todo. Cumplió siempre con la mayor exactitud sus compromisos, lo cual entre bastidores no suele ser muy usual. Buen administrador, y llevado de su buen gusto, notábase en la organización interior del teatro un no sé qué que recordaba la casa rica y bien entretenida. En su tiempo el saloncillo del tea-