glo pasado y principios del presente, que dos ó tres artistas notables hacen maravillosamente.
Jiménez Aranda (D. José) y su hermano D. Luis pintan abates y barberos, madamas y lechuguinos, alcaldes y alguaciles, currutacos y picadores.... Casanova pinta frailes y les pone siempre al lado muchachas bonitas.
Hay en esto una graciosa propaganda de ridículo y una adivinación ó recuerdo de aquella época del Prado y del chocolate, la sopa boba y las visitas á las devotas apetitosas.
Hay en estos cuadros primorosamente pintados, que los ingleses compran sin distinción, una reproducción de aquellos tiempos que Pérez Galdós ha descrito con admirable pluma en sus Episodios Nacionales y que los Mélidas han fotografiado con primorosos dibujos.
Allá en la rué Greuze, á la entrada de Passy, tiene su estudio este contemporáneo, que, como Pellicer, Vierge, su hermano Samuel y los Arandas, apenas saben que existe París. Viven completamente dedicados á su trabajo, lejos del mundanal ruido, sin más vecino de enfrente que el modelo, ni otra aspiración que la de su arte. ¡Admirable manera de ser, que contrasta con la de tanto desocupado, que han convertido á París en el antiguo Zocodover de que hablaba Cervantes!
De algún tiempo á esta parte, Casanova, á quien los compradores pedían cuadros de género, se negaba en absoluto á vender. ¿Por qué? Porque se había pro-