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E. BLASCO.

Allí buscó refugio á la miseria en casa de unos amigos muy pobres.

— Si no me recogéis — les dijo — tendré que arrojarme al Sena!

Entró, y no volvió á salir.

Ha muerto allí — decía Clarettie — la bellísima mujer cuya imperiosa y atractiva hermosura recordaba la de Sofía Croizette, tocaya suya, y de la cual se dice que también lleva sangre rusa en las venas. Y ha muerto sedienta de silencio, hambrienta de olvido, la belleza á quien los soldados veían hace poco salir del Palacio de Justicia, altiva en su luto, y á la cual sentían deseos de saludar con respeto.

Ocho días antes de morir, su médico y á la vez su mejor amigo, le exigía que se cortase sus abundantes cabellos rubios. Cuentan que se sometió al sacrificio llorando silenciosa. ¡Era el último lujo que le quedaba!

Su disposición testamentaria fué muy breve. Un vestido de raso blanco y su anillo nupcial en la mano derecha. ¡Es cuanto había pedido para después de muerta! ¡Qué diferencia entre su lecho nupcial y la pobre cama prestada en que la vi de cuerpo presente!

Murió á los veinticinco años, en la soledad y el abandono. ¡Hay dos muertes! ha dicho Miguel de los Santos Álvarez: ¡la muerte blanca y la muerte negra! Esta fué blanca, y en tomo del fementido lecho prestado revoloteaban los ángeles que velan el sueño de los que aman!