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Mis últimas tradiciones

se ai rodillaban para persignarse, y gritar con voz de bajo profundo su señoría el Arcediano: — Fuera esas mujeres que tienen la desverguenza de venir con traje profano á la casa de Dios! ¡Fuera! ¡Fuera!

Doña Antonia no era de las que se muerden la punta de la lengua, sino de las que cuando oyen el Dominus vobiscum no hacer esperar el et cum spiritu tuo. Dominando la sorpresa y el sonrojo, contestó: —Perdone el señor canónigo mi ignorancia al crear que el mandato no rezaba con la niña, además de que no he tenido tiempo para hacerla saya nueva, y la he traído para que no se quedara sin misa.

En vez de calmarse con la disculpa, el señor Arcediano se subió más al cerezo, y prosiguió gritando: He mandado que se vaya esa mujer irreligiosa..... Bótenla á empellones......

¡Fuera de la iglesial Fuera!

81 Dios concedió á la mujer cuatro armas, á cual más tremenda: la lengua, las uñas, las lágrimas y la pataleta. Doña Antcnia oyéndose así insultada, tomó de la mano á Rosita y se encaminó á la puerta, diciendo en alta voz: —Vamos, niña, que no está bien que sigamos oyendo las insolencias de este zambo, borrico y majadero.

Zambe dijiste? ¡Santo Cristo de los temblores! ¿Y también borrico? ¡Válganme los doce pares de orejas de los doce apóstoles!

El Arcediano, crispando los puños, quiso levantarse en persccución de la señora; mas se lo estorbaron el sacristán y el perrero de la Catedral.

—Váyase en hora mala la muy puerca! Yo, zambo? ¿ Yo, borrico?

En puridad de verdad lo de borrico no era para sulfurarse mucho, y bien pudo contestársele con el pareado de un poeta: Hombre, no te atolondres: borricos, como tú, hay hasta en Londres.

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