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Ricardo Palma

mayor ipso facto incurrenda, que los viejos usasen virrete dentro del templo, y otro reglamentando la indumentaria femenina, reglamentación de la cual resultaban pecaminosos los trajes con cauda en la casa del Señor. Es entendido que las infractoras incurrían también en excomunión, pues en la ciudad de los Incas, ateniéndome á las muchas excomuniones de que hace mención el autor del curioso manuscrito Anales del Cuzco, se excomulgaba al más guapo y á la más pintada por un quítame esa pulga que me pica.

El Arcediano del Cuzco, doctor Rivadeneira, era un viejo gruñón y cascarrabias, á quien por cualquier futesa se le subía san Telmo á la gavia, y que en punto á benevolencia para con el prójimo estaba siempre fallo al palo. Gastaba más orgullo que piojo sobre caspa, y en cuanto á pretensiones de ciencia y suficiencia era de la misma madera de aquel predicador molondro que dió comienzo á un sermón con estas palabras: Dijo nuestro Señor Jesucristo, y en mi concepto dijo bien..... de manera que si hubieran discrepado en el concepto, su paternidad le habría dado al hijo de Dios una leccioncita al pelo. Agregan que, por vía de reprimenda, cuando desccudió del púlpito le dijo su prelado:Nunca, nunca encontraré, por mucho que me convenga, un mentecato que tenga las pretensiones de usté.

El 4 de Junio del antedicho año de 1747, á las nueve de la mañana, entró en la Catedral doña Antonia Peñaranda, mujer del abogado don Pedro Echevarría. Era la doñia Antonia señora de muchas campanillas, persona todavía apetitosa, que gastaba humos aristocráticos y tenida por acaudalada, como que era de las pocas que vestían á la moda de Lima, de donde la venian todas sus prendas de habillamiento y adorno. Acompañábala su hija Rosa, nifia de nueve años, la cual lucía trajecito dominguero con cauda color de canario acongojado.

Principiaba la misa, y todo fué uno ver que madre é hija