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Ricardo Palma

denunciaba fiebre. Reunidos en consulta los más diestros matasanos de la ciudad papal, opinaron que el sujeto estaba ya atacado de caries maxilar, lo que, tratándose de un anciano y teniendo en cuenta el poco saber quirúrgico de sus mercedes, importaba tanto como declarar próxima vacancia de la silla de San Pedro.

Y de fijo que Su Santidad Gregorio XIII habría en esa ocasión ido á pudrir tierra, si no se hubiera encontrado de tránsito, en Roma, un fraile perulero, fray Miguel de Carmona, definidor del convento agustiniano de Lima.

Habíalo su comunidad enviado á la ciudad de las siete colinas, en compañía de otros dos conventuales, para que gestionase sobre asuntos de la orden; y de paso adquiriese algunos huesesitos de santo, que gran falta hacían en el templo de Lima. Las demás comunidades tenían abundancia de reliquias auténticas, con las que ganaban en prestigio ante la gente devota; y los agustinos andaban escasos de esa mercadería en sus altares.

Dos meses llevaban los comisionados de residencia en Roma, sin haberles sido posible avistarse con el Pontífice que, por causa de su dolencia, estaba invisible para frailucos y gente de escalera abajo. Sólo sus médicos, y tal cual cardenal ó personaje lograban acercársele.

En este conflicto ocurriósele al padre Carmona dirigirse al camarlengo y decirle que, pues Su Santidad se encontraba deshauciado, nada se perdía con permitirle que intentara su curación, empleando hierbas que había traído del Perú, y cuya eficacia entre los naturales de América, para dolencias tales, le constaba. Refirió el camarlengo al Papa la conversación con el perulero, y Su Santidad, como quien se acoge á una última esperanza, mandó entrar en su dormitorio al padre Carmona, y después de obsequiarle una bendición papal, le dijo»:

—A ti me encomiendo. Age.

Y ello fué que sin más que enjuagatorios de hierba santa con leche, cataplasmas de llantén con vinagrillo y parches de tabaco bracamoro en las sienes, á los tres días estuvo Su Santidad Gregorio XIII como nuevo; y tanto, que hasta la hora de su muerte, que acaeció años más tarde, no volvió á dolerle muela ni diente.