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Confieso que, al terminar esta lectura, creí haber expcriineutado una alucinación fantástica y dudé del testimonio de mis sentidos; pero allí, sobre mi mesa de trabajo, ante mis ojos, en claro tipo de imprenta y cortadas las hojas por mi mano, estaba el sombrío folleto. Releílo, y plenamente convencido ya de qu,e en letras de molde estaban tan maguas revelaciones y garantizadas con la firma del anciano procer, doblemente obligado á ser veraz, ya por la fama de su nombre y circunspección que dan los afíos, ya por estar pisando los umbrales de esa eternidad que quince dias después se abriera para él, dijeme parodiando á Florentino Sanz:

Tiene el destino ironías,
mi general, muy siniestras...
por buscar las pruebas vuestras
fuisteis á encontrar las mías.

Decididamente, como dijo un poeta:

II est des morts qu il faut quen tue.

Tócame, pues, estar reconocido al general Mosquera por el servicio que, sin quererlo acaso, me ha prestado con sus importantes revelaciones. Estoy persuadido de que tanto mi buen amigo don Mariano Felipe Paz-Soldán como el respetable doctor don Francisco Javier Mariátegui, convendrán ya conmigo en que no fué la casualidad el Deus-ex-machina, responsable del asesinato de Monteagudo.

Poseo un documento, no en copia, sino original, autógrafo, de puño y letra del secretario general de Bolívar, del cual S(e desprende que el Libertador estaba convencido de que el ejecutor del asesinato de Monteagudo le había declarado la verdad. He aquí ese documento '^que estoy pronto á mostrar á los que de su