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niando al inmortal Bolívar, pintándolo como un hombre vulgar que aspiraba á fundar un gobierno monárquico, y atribuyéndole esos hechos que tuvieron lugar en el Perú y que han sido comunes con el carácter de políticos, me obliga á referir tristes y lamentables historias; porque tengo el deber, como contemporáneo de los hombres que ilustraron su nombre en la grande epopeya que libertó á la América española, de referir las cosas como han pasado hace ya más de medio siglo.

El señor Monteagudo regresó al Perú, después de su destierro, y como hombre de luces y talento, mereció que Bolívar lo tratara como amigo, aunque discrepaban en ideas sobre forma de gobierno.

Monteagudo es asesinado una noche en una calle de Lima. No había sospechas determinadas sobre el asesino. El puñal quedó clavado en el cadáver; estaba recién amolado; se llevó á distintas barberías; en una de ellas lo reconoció el amolador, y dijo el nombre del negro que lo había llevado. Fué aprehendido y se inició el juicio. El presunto reo negaba todo, y le ocurrió al Libertador interrogarlo él mismo, y lo hizo llevar á una sala de Palacio que estaba alumbrada con una sola bujía. Interrogando al asesino, exclamó repentinamente Bolívar:— Mira, en el fondo de este salón, al alma de Monteagudo que te acusa de ser su asesino.— El negro se conmovió y dijo:— Yo confieso todo, pero no me maten.— Aquí le respondió el Libertador:— Descúbreme todo, y te perdono.— Dobló las rodillas el asesino, y dijo estas tremendas palabras:— El señor Sánchez Carrión me dio cincuenta doblones de á cuatro pesos, en oro, para que matara á Monteagudo, por enemigo de los;iegros y de los peruanos.

El Libertador me decía al contarme esta escena:— Se me heló la sangre al oír el nombre de un amigo á quien yo apreciaba tanto: no quise que entonces se descubriera este s^ecreto, y solamente se lo confié al general***

El general*** á quien hizo Bolívar esta confianza era íntimo amigo de Monteagudo, y veía con celo la amistad de Sánchez Carrión con Bolívar, y determinó vengar á Monteagudo, y sacar del medio al hombre por quien tenía Bolívar tanto afecto, y que creía que le menguaba su influencia.