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Ricardo Palma

era festividad de la Virgen, con árboles de fuego, toros embolados, banquete, misa de gracias, cucaña, lidia de gallos, luminarias, danza de pallas y de africanos, amén de otros festejos populares.

El padre Camacho llegó, como acostumbraba, aquella tarde al Cabildo, y encontró al alcalde y regidores entregados al regocijo y sin voluntad para atender al postulante.

—¿Qué motiva, señores—preguntó el juandediano,—tanto barullo?

—¡Cómo, padre! ¿No sabe usted la gran noticia?—le respondió un regidor, poniéndolo al corriente de todo.

—¡Ah! ¡Bueno! ¡Muy bueno! Pero digame usiría, ¿la cuchipanda y los jolgorios son también por el traquido de la Capitana?

—¿Qué es eso del traquido? Explíquese usted, padre—dijeron alarmados varios de los cabildantes.

—¡Nada! ¡nada! Yo me entiendo y Dios me entiende. Déjenle usirías tiempo al tiempo, que él les dirá lo que yo no les digo. Y no insistan en sacarme palabras del cuerpo, que conmigo no vale lo de: tío, páseme el río.

Y como no hubo forma de que el juandediano fuese más explícito, los regidores se dijeron:—¡Pajarotadas de fraile loco!—y al día siguiente se efectuaron los anunciados festejos, en los que, sin embargo, no hubo gran alborozo, porque cascabeleaba en muchos ánimos aquello del traquido.


*


Diez ó doce días después echó ancla en el Callao un patache, el que comunicó que, fatigados los de la escuadra de buscar inútilmente á los dispersos piratas, habían resuelto los generales dirigirse al puerto de Paita con el objeto de renovar provisiones, pues el escorbuto principiaba á hacer estragos en la