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Ricardo Palma
III


El coronel Bernardo Monteagudo, auditor general de guerra en el ejército que, á órdenes de San Martín, desembarcó en Pisco, á fines de 1820, era no sólo una inteligencia poderosa, sino una voluntad incontrastable. Al asumir San Martín el título de Protector, invistió á Monteagudo con el cargo de ministro de Estado.

La contracción y actividad del joven ministro son verdaderamente prodigiosas. En uno de sus primeros documentos formulaba con estas enérgicas palabras su programa administrativo:—«Nada significaría haber hecho la guerra á los españoles, si no la hiciéramos también á los vicios que nos legaron.»

Los principales decretos expedidos por Monteagudo fueron:

Abolición del tributo y de la mita, abusos que constituían á los indígenas en verdaderos siervos del acaudalado patrón y de los corregidores españoles.

Emancipación de los esclavos, lo que importaba la destrucción del inmoral comercio en carne humana.

Abolición de la infamante pena de azotes.

Creación de escuelas bajo el sistema lancasteriano, y fundación de la Biblioteca de Lima.

Un plan provisorio sobre tribunales de justicia, en el que se leen estas admirables máximas:

«Los gobiernos despóticos no existirían sobre la tierra, si pudiesen preservarse del contagio los que administran la justicia; y cuando el pueblo es libre, preciso es que sus magistrados sean justos.»


IV


Desgraciadamente, otros actos políticos de Monteagudo le concitaron general odiosidad. Los principales fueron: la creación de un Banco de emisión (cuya manera de ser dió lugar á que el billete tuviera los mismos caracteres del papel moneda,) sus decretos contra los españoles domiciliados en Lima,