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Ricardo Palma

pesos. A la larga había llegado á imponerse al cariño y veneración popular, pues era notorio que poseía el don de hacer milagros. Para muestra un par de botones.

A una joven que iba muy emperejilada y despidiendo tufaradas de almizcle, la detuvo en la calle el juandediano, diciéndola:

—¿De cuándo acá Marica con guantes? Vaya, hija, vuélvase á casita, que en sus ojos estoy leyendo que iba á mala parte, y con ánimo de ofender á Dios y á su marido.

Y la muchacha, que por primera vez acudía á una cita amorosa, al ver sorprendido su secreto, deshizo camino y salvó de caer en el abismo del adulterio.

Reprobaba siempre el sensato religioso que algunas mujeres pasasen de iglesia en iglesia las horas matinales, que debían consagrar al cuidado de la familia y á la limpieza doméstica. Un día se acercó en el templo á una de las beatas fanáticas, y la dijo:

—Dígame, hermana, ¿le falta todavía mucho por rezar?

—Sí, padre. Me faltan cuatro misterios del rosario y la letanía.

—Pues yo rezaré por usted, y lárguese corriendo á su casa, que en ella está haciendo falta.

Y en verdad que así era; porque un hijo de la rezadora había caído en el pozo, y habría perecido sin el oportuno regreso d<c la madre.

Pero, como no quiero conquistar renombre de mojarrilla, me dejo de chafalditas y de chacharear sobre milagros, y me voy al grano, que en este relato, es lo del traquido de la Capitana.