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Ricardo Palma

pulo de monja boba en decir ó estampar:—Ayer tuvo lugar la recepción solemne de don X. Antes se desplome la bóveda celeste sobre la Academia, y perezca la lengua, y perezcamos todos, que dar entrada en el Diccionario á la palabra gubernamental, clamoreaba ha cuarenta años el caprichoso académico Baral. Pues no hubo ni un temblorcillo y la voz campa ya muy fresca en el Diccionario. Por eso no desespero de que los verbos presupuestar, clausurar é independizar, por los que tanto he bregado y brego, así como la locución terreno accidentado, alcancen carta de naturalización en el Léxico. Y no sigo con más ejemplos, porque eso sería el cuento de la buena pipa.

Empiezo á convencerme de que no hay corporación más dócil que la Real Academia, y de que yo anduve un mucho desatinado y con los nervios en total sublevación cuando, en las veinte sesiones á que concurrí en el ahora leyendario caserón de la calle de Valverde, comprometí batalla ardorosa en favor de más de trescientas voces que, en América, son de uso corriente. Yo ignoraba que con paciencia y saliva se alcanza todo en España.

Curiosa idiosincracia la de ese pueblo. Está usted vestido de levita y con chistera y guantes, entre la muchedumbre más ó menos desarrapada, empeñado en abrirse camino á fuerza de empujar á los delanteros, y no logra avanzar media pulgada. Pero dice usted cortésmente: «Permítame pasar» y le abren campo diciéndole: «Pase usted, caballero». Vaya usted con orgullitos y presunciones fundadas en la indumentaria de levita, guantes y sombrero de copa, y se clava con clavo de tuerca y tornillo. En esta idiosincracia, si no miente el licenciado Montesinos, éramos idénticos á los españoles de ogaño los peruanos del siglo xvi. Tuvimos en Lima todo un Oidor de la Real Audiencia llamado don Fernando de Santillana, el cual decía: «Al perulero, para que no se tuerza, hay que darle con maña y no con fuerza».

Cuatro cuartos de lo mismo sucede en la Academia Española. Mi idiosincracia, hasta entonces batalladora, me proporcionó una derrota cada noche, fracaso del que me consolaba murmurando: «Causa, victrix Diis placuit, sed viola Catoni, que para mí Catón era mi inolvidable y queridísimo amigo don