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Ricardo Palma

de Ayacucho, convienen en que esa batalla fué, por parte de los patriotas, la más correcta, la más ajustada á estrategia entre cuantas se dieron en América durante la larga guerra de Independencia. No es Pichincha, es Ayacucho la acción que, como soldado, pone á Sucre al lado de los más grandes capitanes. ¡¡¡Pues bien, sépalo la juventud, sépalo el mundo, esa gloria es hechiza, es usurpada!!! ¡Gracias á ramas!

Cómodo es justificar todo desastre inventando una traición y un traidor. ¡Pobre Canterac! Murió alevosamente asesinado en un cuartel de Madrid al apersonarse á sofocar un molín, y ahora... también su honra es alevosamente asesinada y... para que sea más cruel el golpe, por un compatriota suyo.

El padre Cappa se exhibe en esta parte de su compendio como el granuja á quien pregunta el juez el por qué ha robado un terno de ropa en una sastrería.—Ya se sabe que aquél contestará que lo hizo para poder presentarse vestido con alguna decencia ante el juzgado.

Pues ni esto ha conseguido el padre Cappa, porque ante el tribunal de la Historia, en la misma España, será tenido por indecente el que, sin exhibir documentos comprobatorios, infama la memoria de un soldado benemérito para la metrópoli.

Hay un aforismo español que, á ser contemporáneo, creeríamos inspirado para hacer el retrato moral del jesuita padre Cappa. Dice así el ya rancio aforismo: —Tres muchos y tres pocos hunden á un hombre: mucho hablar y poco saber; mucho presumir y poco valer; mucho gastar y poco lener.

X Termino esta refutación desentendiéndome de las 18 páginas que el padre Cappa consagra á los gobiernos del Perú, desde La Mar hasta el día. Se ocupa de hechos en que todos hemos sido, si no actores ó comparsa, por lo menos espectadores, y de hombres públicos á los que todos hemos conocido personalmente. Tela hay, y larga, en esas 18 páginas; pero esa tela córtela cada cual según sus simpatías ó prevenciones.

No quiero exponerme á herir susceptibilidades de contempo-