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Ricardo Palma

y aun creemos haber puesto ambos libros en mano del padre Cappa, en alguna de las visitas que hizo á la Biblioteca en busca de documentos. Pero le convenía dejar en pie las hablillas que, en vida, propalaron los enemigos de ese eminente hombre de Estado, con el mezquino propósito de rebajar su personalidad.Sigue el padre Cappa: —«De este sujeto, (¡vaya una grosería!) como de San Martín, Bolivar, Sucre ( también sujetos?

» también números de la penitenciaría?) y otros pocos, da»remos una biografía, en otro libro.»—Y hablando de la deposición de Monteagudo, añade: —«Nunca es larga la felicidad de los malvados.»—¡Por qué malvado? ¿Por patriota?

El padre Cappa nos trae á la memoria el parte de aquel comandante de fronteras, que escribió: —Todo está listo, mi general, para batir al enemigo: sólo nos faltan armas, municiones, caballos y gente; pero nos sobra artillería de embustes.

Cuando, por un momento, se olvida el padre Cappa de que es jesuita, entonces su pluma se inclina á ser justiciera. Así nos explicamos que en la página 177, al hablar de la organización del gobierno de San Martin, diga: —«Se rodeó de hombres de »mérito como don Bernardo Monteagudo, etc., pero olvidadizo luego de que había reconocido la importancia del hombre, lo colma de improperios veinte páginas después. No se diría sino que el tal jesuita es tuerto del ojo canónico, que dicen los teólogos, y que tiene cerrada la otra ventana.

En cuanto á los honores concedidos por el Congreso á San Martín, dice: que estos fueron obra del miedo, y no de la gratitud nacional»—y, en un párrafo que bautiza con el epígrafe Servilismo y adulación, lanza al clero peruano este envenenado dardo: El clero oía con gusto un himno dedicado ›á Bolívar, que se cantaba entre la epístola y el evangelio.

»constándole que Bolívar era el hombre más cíniramente obsceno del mundo, al lado del cual, añadimos nosotros, Pirrón, con su oda á Priapo, sería probablemente para los ignacianos un mo—naguillo de la Cartuja, ó una pudorosa monja visitandina.

Quiere el lector respirar el aroma de un ramillete de insultos procaces contra nuestros hombres más eminentes? Pues vea lo que, ad pedem litere, copiamos de la página 208: — «La