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Ricardo Palma

ahora disculpado, tan sin embozo, el regicidio de Atahualpa.

La honra de esa novedad estaba reservada en el siglo xix y en el Perú, para un cofrade del padre Mariana, el sabio jesuita que sustentó en España la doctrina del regicidio. Sólo los jesuitas tienen la audacia de patrocinar los grandes crímenes.

Véase, en fin, la oración fúnebre que el padre Cappa consagra al infortunado Inca: «El padre Valverde le administró el »bautismo poco antes del suplicio. Diremos con Gomara: dichoso él si de buena fe pidió el bautismo; y si no... pagó las que había hecho.» ¡Ferocidad de hiena ó de jesuita! La pluma, indignada, se resiste á seguir copiando.

IV Pasemos á las encomiendas y mitas, tan defendidas por nuestro historiador. «Unas pocas encomiendas se adjudicaron á españoles que nunca pisaron la América. ¡Bravo! Esta declaración nos ahorra tinta. Quedamos, pues, en que los pobres indios eran adjudicados como botijas de barro: que tenían doble amo: el residente en España, y el mayordomo ó representante de éste en el Perú.

Tan insoportables debieron ser las encomiendas y mitas, y á tal punto llevaron el abuso y la crueldad los encomenderes, que alarmado el rey con las continuas reclamaciones que desde aquí le enviaran algunos hombres de bien, mandó al virrey Blasco Núñiez para que pusiese en vigencia ordenanzas que, rechazadas por los encomenderos, produjeron las revueltas de Gonzalo y de Girón. ¡Suprimir las encomiendas! ¡Abolir el servicio personal! Eso no podía soportarse. Corrió sangre á raudales, venció la corona; pero los abusos y exacciones siguicron en pie. Venían reales cédulas procurando mejorar la condición del indio; pero las reales cédulas eran papel mojado ú hoslias sin consagrar: no se las acataba.

Cuando, á más no poder, tiene el padre Cappa que convenir cr que hubo exacciones, crueldad y arbitrariedad, culpa de ellas á los hijos del país, como si no hubieran sido lan es-