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Ricardo Palma

públicas, que violaba hasta las leyes físicas de la geografía. La insurrección americana había tenido por principal causa el absurdo de un mundo gobernado automáticamente desde otro mundo, bajo régimen autoritario y personal. Era la vuelta á otro sistema colonial con otras formas, pero con inconvenientes más graves aún. Colombia sería la metrópoli y Bolívar el soberano. Para esto no merecía la pena el haber hecho la revolución. El dominio del rey de España, afianzado en la tradición y la costumbre, era más tranquilo y paternal. Mejor se gobernaba á Bolivia y al Perú desde Madrid, pues la monarquía daba más garantías que la vida pasajera de un hombre que no ve más allá de ella que anarquía y sangre. Bolívar había anatematizado varias veces la monarquía en América, no en nombre de la República precisamente, sino fundándose en la razón de hecho de no poderla establecer con solidez, y había rechazado con ruidosa ostentación la corona que alguna vez se le ofreció.—Yo no soy Napoleón, ni quiero serlo (dijo): tampoco quiero imitar á César ni á Itúrbide: tales ejemplos me parecen indignos de mi gloria.—Y ofreció en cambio la Constitución boliviana; es decir, la cosa sin el nombre; la realidad de la monarquía sin sus vanos atributos. Con este poder real y absoluto durante su vida, bien podría despreciar las cuatro tablas cubiertas de terciopelo del trono de Itúrbide, cuando tenía ó creía tener en sus manos lo que valía más que un cetro de rey: el bastón de dictador perpetuo. César con una corona de laurel, que aceptó para ocultar su calvicie, no necesitó hacerse emperador para serlo. Cromwell no se atrevió ó no quiso declararse rey, y al investirse con el título de Lord Protector, hizo llevar delante de sí una Biblia y su espada.—Bolívar, como César y como Cromwell, era más que un rey, y con su corona cívica llevaba delante de sí, por atributos de su monocracia, su espada de Libertador y su Código boliviano, que era la Biblia de su ambición personificada.»

Nunca, con argumentación más vigorosa, habíamos visto combatida la vitalicia de Bolívar. Esa página parece escrita con la pluma de Gervinus, el inmortal historiador del siglo xix.