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Ricardo Palma

hombres de Aznapuquio, fué un elefante blanco; pues ni siquiera amagaron á las fuerzas de San Martín ó las derrotaron, como creían fácil cuando mandaba Pezuela. Se mantuvieron seis meses á la defensiva, entre los muros de Lima, dando campo para que los patriotas aumentasen sus fuerzas y ganasen en prestigio. No es razonable presumir que el objetivo de los revolucionarios de Aznapuquio hubiera sido entregar la capital á San Martín sin que éste tuviera para qué gastar pólvora.

En la segunda parte de su exposición, el general Valdés desahoga bilis y fulmina rayos contra el rebelde Olañeta, quien desconociendo la autoridad del virrey La Serna, virrey de motín y de farándula, no hizo más que seguir el ejemplo que le dieran los revoltosos de Aznapuquio. Estos sembraron mala semilla, y no debían prometerse cosecha de buen grano. La autoridad de Olañeta nació de la misma fuente que la de La Serna: del cuartel. Sable por sable, tanto daba el uno como el otro.

En esta parte de la exposición hay algo que no habla muy alto en favor de la firmeza de convicciones en el general. Valdés. Desde 1816, en que llegó al Perú, hasta principios de 1824, era considerado como uno de los jefes del partido que se bautizó con el nombre de liberal peninsular. Que el liberalismo del general Valdés no era de purísimos quilates, lo comprueba el hecho de que, en la expedición contra Olañeta, proclamó el régimen absoluto, restablecido por el ingrato y desleal Fernando VII, renegando de la liberalísima Constitución que dictaran las Cortes de Cádiz. Las razones que para justificar cambio tan radical y repentino exhibe el general Valdés, en su manifiesto de Vitoria, son razones de momentánea conveniencia partidarista, y nada más; pero que no recomiendan al general como hombre de convicciones y de doctrina. Desde 1824, la consigna para el soldado, que antes se distinguiera por su liberalismo, fué ésta: ¡vivan las cadenas!

El día de la desgracia llama el general Valdés al de Ayacucho. No, el día de la desgracia fué el de Aznapuquio, porque fué el día del deshonor. La derrota no fué sino el corolario preciso, inevitable, de la desmoralizadora é injustificable rebel-