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Mis últimas tradiciones

quivan ahora sus favores, presumo que no se me negará competencia, pues sastre fuí y conozco el paño, para zurcir ó hilvanar algo así como juicio crítico, á propósito de un librito de versos que, con el título Copias del natural, acaba de dar á la estampa un escritor que oculta su nombre de cristiano y su apellido de familia bajo el seudónimo de Mérida, [1] ocultación que anda un si es no es reñida con el Estatuto. Y á fe, que, en esto del secreto, no tiene ni pizca de razón el vate, llamado á conquistarse sólida fama si prosigue como hasta aquí, y no se echa á dormir sobre sus laureles, y se infatúa y se pierde, como tanto y tanto malogrado ingenio de mi tierra.

A las viejos nos queda la afición y el compás, como al músico de marras, y llenamos un deber de conciencia y de patriotismo dirigiendo una palabra de aliento y simpatía á los jóvenes que, con sobra de fe y de entusiasmo, se aventuran en el revuelto campo de las letras. De mí sé decir que el librito de Mérida me obliga á echar una cana al aire.

Líbreme Dios de aplaudir esa poesía afeminada, enclenque y enfermiza de los que sacan á plaza, como si á la humanidad interesaran un ardite, sus dolores íntimos, reales pocas veces, y ficticios ó de contrabando casi siempre. Que quien da los primeros pasos en el palenque de la vida, se nos exhiba más abrumado de desengaños y más dolorido que el doliente Job, es una aberración que hace llorar... de risa. La verdadera desventura es pudorosa, y no se aviene con mostrarse desnuda como las hetarias de la Roma pagana. El poeta que lagrimea por una bobería ó sin saber por qué, no es ángel de mi coro. ¿Poeta he dicho? Abrenuncio. Rectifico y retiro la palabra.

Tampoco soy partidario de esa poesía de filigrana y relumbrón, tan á la moda ogaño, cuyo mérito se basa en hacinar palabras bonitas, rimas agudas y conceptos alambicados. ¡Música de organito callejero!

¡No! Yo no quiero que el poeta sea un ser egoísta que canta sus penas y sus alegrías, olvidando las de la humanidad; yo quiero que el poeta acierte á reflejar, en sus estrofas, las aspiraciones de su época y del pueblo en que vive; que glorifique todo lo noble y grande y generoso; que nos exhiba en

  1. Aureliano Villarán. Este distinguido joven murió en 1882.