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Cachivachería

querido sólo dar á sus recuerdos la forma del libro, y defender al pueblo arequipeño de atrabiliarios é injustos calificativos.

En la narración que de los sucesos hace, desde la revolución contra Orbegoso hasta la caída de Santa Cruz, sucesos en que el doctor Valdivia tomó tan activa parte, hay páginas en que el escritor se anima y parece retemplado con un resto del calor de los días juveniles. Las Memorias son la confesión sincera, el peccavi con sus respectivos tres golpes de pecho, que el señor Valdivia hace ante la patria de un error político, y bien merece absolución plenaria por su ingenuidad. El señor Valdivia, al ser uno de los más activos auxiliares de la invasión boliviana, cometió una falta de la que, en verdad, no puede culparse á su patriotismo sino al imperio de especialísimas circunstancias del momento. Él no vió más que la necesidad de mantener triunfante el principio constitucional: no alcanzó á convencerse de que la causa de Salaverry, el revolucionario de cuartel, había llegado á convertirse en la causa nacional; y cuando midió el abismo y quiso retroceder, ya era tarde. Había avanzado demasiado y la vorágine lo envolvía.

Las figuras políticas que más airoso papel hacen en las Memorias, son las de los generales Nieto y Castilla. La amistad de Valdivia por el general Nieto es casi un culto, y esta constancia de afecto que sobrevive á la tumba, en estos tiempos de fragilidad, en que tan pronto se olvida á los que fueron para acordarse únicamente de los que son ó pueden ser, hace elocuente elogio de los sentimientos del hombre. El señor Valdivia ha probado, con su libro autobiográfico, que tiene la memoria del corazón.

En cambio, hay en su obra tanta destemplanza y tanto exceso de bilis para hablar del general Vivanco, que no se puede menos que negar la imparcialidad al escritor. Cuando se entinta la pluma para borronear páginas de historia que han de pasar á la posteridad, el hombre tiene que hacer el sacrificio de sus pasiones de hombre. El señor Valdivia ha olvidado que su libro, más que para nuestra generación, es para el mañana, y que por eso estaba obligado á juzgar á sus enemigos políticos ó personales, con más caridad cristiana, sin amor ni odio.

Pero por apasionadas que sean las Memorias, nos compla-