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Ricardo Palma

en que, impulsado por un sentimiento de americanismo, me eché á discurrir sobre la forma, entre artística y palabrera, que á aquéllas convenía. Bien haya, repito, la hora en que me vino en mientes el platear píldoras, y dárselas á tragar al pueblo, sin andarme en chupaderitos ni con escrúpulos de monja boba. Algo, y aun algos, de mentira, y tal cual dosis de verdad, por infinitesimal ú homeopática que ella sea, muchísimo de esmero y pulimento en el lenguaje, y cata la receta para escribir Tradiciones. Tengo conciencia de que no he propinado veneno, sino pócima saludable para ilustración y entretenimiento del pueblo, amén de que es eminentemente sugestiva la índole literaria de esa clase de escritos.

¿No opina usted como yo, doctor Obligado? Pues dos cuartos voy á mi gallo.

Y de que no estuve del todo desacertado en predicar, como predicando sigo, que eso y no más es la Tradición, y que su atractivo y poder de sugestión sobre el alma están más en la forma que en el fondo, dame prueba palmaria la circunstancia de que ese género literario, por mí puesto á la moda há más de treinta años, encontró devotos en todas las Repúblicas americanas, y devotos que, como usted, cultivan la Tradición con espiritual humorismo y no escasa corrección en la frase. El suceso aislado, por interesante y singular que sea, se parece á una joven bonita vestida de trapillo. La belleza cobra realce y valimiento con traje de seda ó terciopelo. Hasta la fea, (aunque, entre las cuatro paredes de su cuarto, lo sea más que una excomunión) da gatazo cuando se exhibe vestida con arte.

Sucede que muchas veces el lector encuentra frívola y sandia una Tradición. Para mí la frivolidad ó tontería, no está en el asunto mismo, sino en que al tradicionista le faltaron ingenio y arte para dar interés á su relato; mejor dicho, se olvidó de rezar el consabido Credo. Es el caso de la fea mal acicalada y que, por su desgreño, le da un susto mayúsculo al mismo miedo. Quien consagra sus ratos á borronear Tradiciones, debe tener lo que se llama la gracia del barbero, gracia que estriba en sacar patilla de donde no hay pelo.

Un escritor meritísimo, compatriota de usted, don Joaquín