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Ricardo Palma

Rodeábanlo los curiosos, hacíanle la pregunta, y el loco contestaba: — Conque se empeñan ustedes, señores míos, en saber cómo se cala un melón?... Pues un melón se cala... (y esto lo decía con énfasis de magister) sabiendo rezar el Credo».

Háme venido á los puntos de la pluma el cuento del gracioso fraile, como pretexto para consignar en esta carta todo lo que sé y pienso, que es y debe ser el género literario, de modernísima aclimatación en la literatura castellana, bautizado con el nombre de Tradición, género que es romance y que no es romance, que es historia y que no es historia. Y seguir apuntando lo que es y lo que no es la Tradición, sería el cuento de la buena pipa ó de nunca acabar.

Como usted, amigo Pastor, es de los que le sacan púa al trompo y saben rezar el Credo... según me lo comprueban sus tres notabilísimos volúmenes, resultando por ellos un buen calador de melones, va á permitirme hablarle de mis reminiscencias que con la Tradición tienen concomitancía; y si de esas mis reminiscencias no sacare usted jugo, diga caritativamente de mí lo que reza un refrán sobre un tal Diego Moreno, que hablo largo y menudo, y que nada dijo de malo ni de bueno.

Allá en los remotos días de mi juventud, há más de un tercio de siglo, ocurrióme pensar que era hasla obra de patriotismo popularizar los recuerdos del pasado, y que tal fruto no podía obtenerse empleando el estilo severo del historiador, estilo que hace bostezar á los indoctos. Yo era, por entonces, socio activo de la muy antigua y acreditada casa de Ocio, Bausa y Compañía; y esta circunstancia abonará ante usted el empeño con que consagré la poca ó mucha actividad de mi cerebro á discurrir sobre el tema. Verdad que ello no era meritorio para aficionado á las letras, á quien, por esos días, venía el tiempo más holgado que los calzones del cura de Puquina, que medían tres varas de pretina. El pueblo es como los niños, que tragan, y hasta con deleite, la píldora plateada.

Recordé que, en la infancia, los granujillas y mocosuelas de mi casa y de la vecindad, nos agrupábamos, en las noches de clarísima luna, en torno de alguna vieja, gran cuentista,