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Cachivachería

A Pastor S. Obligado.

Buenos Aires.

445 Ya ha llovido, y recio, mi querido don Pastor, desde la época en que amigablemente departíamos en Lima, y en que yo barruntaba en usted algo así como tendencia á dejarse soliviantar por el demonio de la Tradición, demonio que ya de mi se había adueñado, y que me hacía dar ripio á la mano, borroneando cuartillas de papel.

Eso de comer pan de trastrigo, ó de meterse uno donde no lo llaman ni han menester, por sólo el gusto de averiguar vidas y cosas de difuntos, es vicio á que todos los humanos pagamos obligado tributo y del que, por más enaltecer su apellido, se ha hecho usted reo convicto y confeso, dando á la estampa los tres volúmenes de Tradiciones que, al alcance de mis ojos, tengo hoy sobre mi mesa de trabajo.

Aunque en materia de bella literatura me he llamado al goce de jubilación, y en esto de tradicionar (páseme el verbo soy ya como el herrero aquel á quien machacando se le olvidó el oficio, los libros de usted han conseguido que se ne suba San Telmo á la gavia y, como no soy rio, atrás me vuelvo en mi propósito de cesantía, y ahí va, como dice la leyenda del caballo de copas, ésta mi carta, que, á guisa de prólogo, estimaré á usted publique cuando le venga en gana echar á correr cortes un cuarto tomo, que de buena tinta sé está usted condimentando y puliendo. Por lo menos, así ha tenido la amable indiscreción de noticiármelo mi buen camarada el doctor Angel Justiniano Carranza.

Cuenta el entretenido Padre Isla, de un loco más flaco y espiritado que el espíritu de la golosina, que andaba por las calles de Sevilla, gritando: La persona que quiera saber cómo se cala un melónacuda por la respuesta al tío Antón.»