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Cachivachería

por completo la niña traviesa y, en el laboratorio de Máximo, exhala multo odore di femina que dicen los italianos. Yo no entro ni salgo en estas ni otras criticas. Para mí el gran lunar de Electra está en el desenlace, que estimo de lo más absurdo é ilógico que á un escritor de probado talento pudo ocurrirsele.

Yo creía, antes de leer Electra, ser, en literatura, como un coronel de mi tierra á quien le preguntó una buena moza, discípula de piano de mi contemporáneo y camarada el maestro Cadenas, si le gustaba la música, y él la contestó: —Señorita, toque usted sin recelo, que un veterano como yo no se asusta de nada.—Pues, amigo Altamira, la última escena del drama me hizo dar diente con diente de puro susto. La verdad es que me pilló el parto sin alhucema, que es como decir á usted que no estaba en mis libros ni sospechaba posible ese desenlace. No cabe en mí dudar de que faltóle esfuerzo al autor para crear un desenlace que cupiese en la esfera de la vida social, de lo humano, de la actualidad, de lo posible, y recurrió á Jo sobrenatural, al milagro, á la aparición de una ánima bendita del Purgatorio. Quizá se dijo el señor Galdós: Si algunas veces dormitaba Homero, ¿por qué yo no he de echar un sueño entero?

Pasaron, y sin duda para nunca volver, los tiempos en que venian espíritus del otro mundo á arreglar en éste asuntillos que dejaran pendientes al emprender el viaje eterno. Al ver la última escena, eché de menos la fórmula de cajón ó de rutina que usaron, en días ya remotos, nuestras abuelas, para hacer charlar hasta por los codos á las penas ó difuntos impalpables que diz que se les aparecían á media noche: — Anima bendita, en nombre de Dios te ruego que me digas lo que se te ha perdido en mi casa.—Después de tal súplica, el espíritu del otro mundo no se hacía el remolón, y se espontaneaba y desembuchaba el entripado.

El ánima de la madre de Electra (la cual madre fué sobre la tierra una madamita gran devota de Venus, y hembra de mucho cascabel y mucho escándalo) para sacar á su hija de atrenzos (y al autor también) emprende viaje desde el otro barrío, no en tortuga—coche, sino en tren rápido, se le aparece á la jovenzuela y la dice: —Déjate de pensar en monjío, y no