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Ricardo Palma

naerense. Para mí, escribir poemas como el Eduardo es hacer un gasto estéril de fuerza intelectual, un derroche de sentimiento poético, es falsear la misión del poeta en las nacientes sociedades americanas. Quede á la Francia y á los pueblos viejos la literatura del escándalo. Hay sociedades que, como los hombres gastados, se alimentan, á imitación de los magnates romanos, en los días de corrupción y decadencia del gran imperio de los Césares, con manjares cargados de especias y salsas nauseabundas. La escuela literaria de Zola no puede ni debe aclimatarse en la América republicana. Nuestra manera de ser y nuestras aspiraciones son más ideales.

Decimos, como los enemigos de la cerveza, que hartas amarguras hay en la vida para saborear una más. Zola nos exhibe, en toda su desnudez repugnante, las debilidades, los errores, las miserias, las torpezas, las abominaciones todas de sociedades decrépitas, cacochimes, anémicas, por consecuencia del vicio. Las sociedades americanas, á Dios gracias, distan todavía mucho de familiarizarse con ese prosaico y execrable pandemonium. Aun tenemos el derecho de mirarlo todo por un prisma poético. Por eso reprobé. en Alberto, que empleara su claro talento en pintar escenas de pura fantasía, y para él completamente ignoradas por extrañas al centro social en que vivió. Afortunadamente para la gloria y renombre del poeta, no reincidió en el pecado.

En el tomito que publicó en 1882 es donde el poeta se exhibe ya con faz propia, sin amaneramiento ni timidez. Hay entonación robusta en los tercetos, de caprichosa estructura, con que dedica el libro: A la memoria de mi madre santajamás las peripecias del combate que el ardimiento núbil agiganta, te anuncien que mi espíritu se abate.

Juguete de la duda, el hombre canta cuando su corazón, á cada embate, con más viril aliento se levanta.

Pues hombre me educaste, á ti refluya,