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Mis últimas tradiciones

han quitado algunas canas. Son las que usted consagra á describir la Alameda vieja. ¡Quién la vió y quién la ve! Me parece que fué ayer, cuando retozando por ella con otros arrapiezos de mi edad, recogía las bolitas negras de que estaban cargados unos árboles que, en el Norte, llaman chorolques. Hoy la Alameda con sus estatuas y sus verjas. y su jardín y su fuente, será más artística, pero no más poética que la Alameda de nuestra infancia. Hoy es algo que hemos visto en Europa y en otros pueblos de América; pero no es típica, no es limeña. Hoy la Alameda no vale un pucho de cigarro. Es una Alameda con pretensiones de civilízada, y nada más. Quién me diera espaciarine por la Alameda semisalvaje de esos días, en los que era aforismo doméstico lo de marido, vino y bretaña, de España!

CACHIVACHERIA Muy bien traída es por usted la antigua costumbre de hacer pasear tres días, por el mundo, á las desventuradas doncellas destinadas á sepultarse en un claustro. Ogaño no se estila eso.

Los monjíos se hacen de sopetón, y muy á Dios que te la depare feliz.

En una novelita de corto aliento nos ha puesto usted de relieve å nuestra Lima tan querida de los tiempos coloniales.

No sea usted egoísta, y haga gozar å los demás de las bellezas con que yo acabo de engolosinarme. Publique usted su novela, que es muy digna de vivir en letras de molde.

No he querido acostarme sin borronear antes, muy á la ligera, mi juicio sobre La Hija del Contador, y felicitar á usted por el buen desempeño literario. Con pobre argumento, hecho usted un libro precioso por los detalles. Haga usted conocer á los limeños que viven, el Lima que conocimos los limeños de la generación que se va.

Buenas noches, my dear dearest friend.