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Ricardo Palma

rregidor, la más linda novela de contemporáneo autor que ha caido bajo mis lentes. Son los detalles, y no el fondo, lo que en ella me cautiva, é idéntica impresión ha producido en mí La Hija del Contador.Yo he conocido la casa de don Melchor Orozco en cada calle de Lima, hasta 1845; he bebido agua de la tinajera; de un cocazo 1ompí el cristal del farol, remendándose la avería con medio pliego de papel San Lorenzo; me he acercado á las jaulas de cañia, para dar alpiste y maíz molido á la cuculí, y capulíes silvestres al piche; á pesar de que á mujer bigotuda de lejos se saluda, he proporcionado más de un sofocón á la vieja Tomasa, obligándola á ponerse parches de papa en las sienes, sujetándolos con el vendón ó pañuelo de cuadros blancos y negros: he conocido á Lucía rebozada en el paño de Lambayeque: y mis primeros palotes los hice á presencia del Santocristo de talla que había sobre la mesa del cuarto de estudio de don Melchor, engulléndome medio bizcochuelo que sobrara del matinal chocolate. ¡Cuántas veces repasé mi lección de catecismo del padre Astete, sentado en una de las dos silletitas de paja vecinas á la ventana de la sala! ¿ Qué limeño que barbee, como nosotros, con medio siglo de fecha, no se sentirá remozado, y más que eso, vuelto á los días infantiles, leyendo la descripción tan viva, tan animada, que la pluma de usted nos hace de la casa y costumbres del viejo jubilado del Tribunal de Cuentas? Para mí el cuadro es de exactitud fotográfica: no ha dejado usted olvidado en el fondo del tintero el menor detalle... ¡Ah!... si... falta el fanal de la sala. Necesito ese fanal, y poco, muy poco le costaría á usted complacerme.

De tapadillo, como se dice, atisbé una noche la tertulia del Regente; recuerdo los azulejos del salón; los sillones de cuero de Córdoba tachonados de clavos de bronce; que allí el piso no era de gastados, pero muy limpios ladrillos, como en la casa del honrado don Melchor, sino de rica alfombra del Cuzco; todo, en fin, como usted con magistral ligereza lo describe.

Pero también recuerdo que en la mesa de revesino vi una bujía de cera color rosa, cubierta por una guardabrisa de cristal.

¿No la vió usted? Pues véala, amigo, véala.

Hay en el manuscrito de usted muchas páginas que me