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Ricardo Palma

que es la ciudad del Grande Rey; ni por tu cabeza, porque no puedes hacer un cabello, blanco ó negro.

Que vuestro hablar sea sí, sí; no, no; porque lo que exceda de esto, de mal procede.


Si estos conceptos del Salvador, que tan alto colocan la dignidad del hombre, no son concluyentes, sino pompa de jabón; si de ellos no se desprende que el juramento no es lícito en quien precie de tener convicciones adquiridas en la lectura de la Biblia, el libro por excelencia como lo llama la Iglesia, digo..... que no lo entiendo. Yo no tengo por qué ni para qué echarme á averiguar quién inventó el juramento, ni á qué propósito moral ó social obedece su práctica en nuestra patria, á despecho de una Constitución que garantiza la libertad de pensamiento, y contra la corriente de la civilización que, en los países más cultos del globo, ha abolido el juramento. A mi me basta y me sobra, como buen creyente, con saber que el Hijo de Dios, al- prohibir el juramento, no se reveló contra la voluntad del Eterno padre.

Y como á veces es preciso que también la poesía hable al espíritu, y poesía, y muy sublime, hay en el Sermón de la montaña, no creo fuera de oportunidad recordar el fragmento pertinente de la clásica traducción en verso, que los niños repiten de coro en las aulas municipales de Venezuela. En las postrimerías de nuestro siglo se encuentra uno versos hasta en la cucharada de sopa. La memoria conserva con facilidad las máximas expresadas en el lenguaje de las musas:

         Y si de mal castigo
puede tu ojo derecho ser pretexto,
sácale, que tal ojo es tu enemigo.
         Y la ley os manda esto:
Cumplid lo que juréis—pero yo os mando
que no juréis jamás, por ningún texto;
         y ni al cielo invocando,
porque allí reina Dios en su grandeza;
ni por la tierra, que es su asiento blando;
         y ni por tu cabeza,