Página:Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería (1906).pdf/389

Esta página ha sido corregida
381
Cachivachería

musas al retortero, haciendo mangas y capiroles de la estétic.

Aunque no sea más que por gratitud literaria, he de consignar aquí el nombre del amor mío.


Esperad que me acuerde... se llamaba...
diera un millón por recordar ahora
su nombre, que acababa... que acababa...
no sé bien si era en ira ó era en ora.


III


Sin embargo, mis versos y yo teníamos un rival en Michito, que era un gato color de azabache, muy pizpireto y remonono. Después de perfumarlo con esencias, adornábalo su preciosa dueña con un collarincito de terciopelo con tres cascabeles de oro, y teníalo siempre sobre sus rodillas. El gatito era un dije, la verdad sea dicha.

Lo confieso, llegó á inspirarme celos, fué mi pesadilla. Su ama lo acariciaba y lo mimaba demasiado, y maldita la gracia que me hacía eso de un beso al gato y otro á mí.

El demonche del animalito parece que conoció la tirria que me inspiraba; y más de una vez en que, fastidiándome su roncador ró ró ró, quise apartarlo de las rodillas de ella, me plantó un arañazo de padre y muy señor mío.

Un día le arrimé un soberbio puntapié. ¡Nunca tal hiciera! Aquel día se nubló el cielo de mis amores, y en vez de caricias, hubo tormenta deshecha. Llanto, amago de pataleta, y en vez de llamarme ¡bruto! me llamó ¡masón! palabra que en su boquita de repicapunto, era el summum de la cólera y del insulto.

¡Alma mía! Para desenojarla tuve que obsequiar, no rejalgar sino bizcochuelos á Michito, pasarle la mano por el sedoso lomo, y... ¡Apolo me perdone el pecado gordo! escribirle un soneto con estrambote.