Página:Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería (1906).pdf/374

Esta página ha sido corregida
366
Ricardo Palma

sedujo, alcanzó durante la época de Rosas la clase de general. El fraile Aldao se entregó furiosamente á la embriaguez y á la lascivia, no dejó crimen por cometer como seide del tirano argentino y murió (ejerciendo el cargo de gobernador ó autócrata en Mendoza,) devorado por un cáncer en la cara, blasfemando como un poseído.

Como se ve, el fraile Aldao fué un apóstata y su conducta no admite disculpa. Por el contrario, si el franciscano Terreros tomó las armas, lo hizo, como lo revela su proclama, impulsado por un sentimiento religioso, exagerado acaso, pero sincero.

Ni Vidal, ni Guavique, ni Agustín el largo, ni el famoso Cholofuerte, jefes de los guerrilleros, que tanto hostilizaron á las tropas realistas, igualaron en coraje, actividad y astucia al coronel fray Bruno Terreros. Para él la guerra tenía el carácter de guerra religiosa, y sabía inflamar el ánimo de sus montoneros, arengándoles con el Evangelio en una mano y el trabuco en la otra, como lo hicieron en Francia los sacerdotes de la Vendée. Los hombres que le seguían asistían á la misa que su caudillo celebraba, en los días de precepto, y algunos se hacían administrar por él el sacramento de la Eucaristía. Aquellos guerrilleros, más que por su patria, se batían por su Dios. Morir en el combate, era para ellos conquistarse la salvación eterna.

Vive aún (1878) en el convento de San Francisco, un respetable sacerdote (el padre Cepeda) que recuerda haber visto llegar á la plazuela de la iglesia á fray Bruno, seguido de sus guerrilleros, y que, apeándose con gran agilidad, se dirigió á la sacristía, de donde salió revestido, y celebró misa en el altar de la Purísima, con no poca murmuración de beatas y conventuales.

Cuentan que fray Bruno Terreros trataba sin misericordia á los españoles que tomaba prisioneros después de alguna escaramuza, y que su máxima era:—de los enemigos, los menos.—Pero esta aseveración no la encontramos suficientemente comprobada en los boletines y gacetas de aquella época.

Lo positivo es que el nombre del franciscano llegó á inspirar pánico á los realistas, dando origen al refrán que dejamos apuntado.