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Ricardo Palma

versos: y fué en 1681 cuando vino á darse cuenta de que en su cerebro ardía el fuego de la inspiración.

Convaleciente de una grave enfermedad, fruto de sus excesos, resolvió reformar su conducta. Casóse, y con los restos de su fortuna puso, en una de las covachuelas ó tenduchos vecinos al palacio de los virreyes, lo que, en esos tiempos se llamaba un cajón de ribera, especie de arca de Noé, donde se vendían al menudeo mil baratijas.

Pocos años después quedó viudo; y el poeta de la Ribera, apodo con que era generalmente conocido, por consolar su pena, se dió al abuso de las bebidas alcohólicas que remataron con él en 1692, antes de cumplir los cuarenta años, como él mismo lo presentía en uno de sus más galanos romances.

Por entonces, era costosísima la impresión de un libro, y los versos de Caviedes volaban manuscritos, de mano en mano, dando justa reputación al poeta. Después de su muerte fueron infinitas las copias que se sacaron de los dos libros que escribió, titulados Diente del Parnaso y Poesias varias. En Lima además del manuscrito que poseíamos, y que nos fué sustraído con otros papeles curiosos, hemos visto en bibliotecas particulares tres copias de estas obras; y en Valparaíso, en 1862, tuvimos ocasión de examinar otra, en la colección de manuscritos americanos que poseyó el bibliófilo don Gregorio Beeche.

Caviedes ha sido un poeta bien desgraciado. Muchas veces hemos encontrado versos suyos en periódicos del Perú y de extranjero, anónimos ó suscritos por algún pelafustán. En vida, fué Cavides víctima de los empíricos; y en muerte, vino á serlo de la piratería literaria. Coleccionar hoy sus obras es practicar un acto de honrada reivindicación. Al César lo que es del César.

El bibliotecario de Lima don Manuel de Odriozola, que tan útilmente sirve á la historia y á la literatura patrias, dando á la estampa documentos poco ó nada conocidos, es poseedor de una copia de los versos de Caviedes, hecha en 1694. Desgraciadamente el manuscrito, amén de lo descolorido de la tinta en el transcurso de dos siglos, tiene tan garrafales descuidos del plumario, que hacen de la lectura de una página