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MIS ÚLTIMAS TRADICIONES
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Pocos juegos se han prestado á trampas más que el de gallos. Para explotar á los incautos, echaban á la arena un animal rozagante contra otro de enclenque aspecto. Las apuestas en favor del primero eran, por supuesto, numerosas, y teníase por gran torpeza arriesgar un centavo en pro de su rival. Pero, ¡oh maravilla! El gallazo, ó no hacía golilla, ó cacareaba y corría, ó se dejaba matar por su contrario el gallito tísico.

Los que estaban en autos sabían que al rozagante, ó lo habían emborrachado con sopas en vino, ó puéstole un pedacito de plomo en la cola para embarazarle el vuelo, ó apretádole las entrañas el careador, ó hecho con el infeliz alguna otra diablura.

Gallo hubo reputado por invencible y que contaba por docenas las victorias. ¡Era un diablo el animal! A la postre, una tarde se descubrió la trampa: era gallo blindado como los buques de guerra. Su dueño lo armaba con coracita de hoja de lata, ingeniosamente dispuesta, y contra la que era impotente la navaja.

«Las personas encargadas de preparar los animales para la lucha (dice Fuentes); las que con el nombre de corredores se ocupan en arreglar las apuestas; y todos cuantos tienen interés ó participación en las jugadas, cometen hechos de la más demostrada inmoralidad y del más declarado robo, terminando casi siempre cada pelea con una algazara en la que, no pocas veces, se oyen insultos á la autoridad que preside el espectáculo, Las cuestiones sobre equívoca victoria de un