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Ricardo Palma

La compañía de granaderos del regimiento Concordia, que fué la nombrada para el despejo, se embarulló en una de las evoluciones. El capitán reconvino con aspereza á uno de los oficiales, y la tropa se insubordinó. Agregan que hubo gritos de ¡viva la patria! El despejo concluyó como el rosario de la aurora.

Restablecido con gran trabajo el orden, principió la corrida. Algunos patriotas se habían introducido en el corral, y para deslucir la función, cegaron con ceniza á los dos primeros toros. Ello es que sobre todos estos incidentes se levantó sumaria, y aun se hicieron prisiones.

El cuarto toro llamábase el Abatido Pumacagua, aludiendo al desgraciado fin de este caudillo patriota. Recibiólo Juana Breña, montada en un diestro alazán y fumando un gran cigarro, y le sacó nueve suertes de capa, contradiciendo prácticamente la opinión del marqués de Valle Umbroso, que en su libro dice:—Difícil es que las suertes pasen de siete; pues es raro el toro que las da, y más raro el caballo que las resiste.—El entusiasmo del público fué tanto, que no hubo quien no arrojase dinero á la valiente capeadora, á la que el virrey Abascal obsequió con seis onzas de oro. Juana Breña recogió esa tarde más de mil pesos, según afirma un periodiquín de la época.


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Desde 1816 á 1820, los hacendados de Cañete dieron muchas corridas en competencia con los de Chancay, sin que podamos saber á cuál de los dos valles cupo la gloria de exhibir mejor ganado.

Los listines de esta época no contienen sino injurias contra los patriotas, y en el circo se ponían figurones representando al Porteño (San Martín) y á Cluecón (lord Cochrane) para que fuesen destrozados por los toros.


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Ya en 1816, poetas de reputación, como el franciscano Chuecas y los clérigos Larriva y Echegaray, no desdeñaron escri-