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Ricardo Palma

leguas, entre los arenales de desiertos salvajes y cordilleras inhospitalarias para descubrir á Chile; á Vasco Núñez de Balboa, sepultándose hasta el pecho en el mar Pacífico, en señal de posesión y dominio; y á tantos otros adalides, cuyas acciones, propias de la leyenda, parecen fabulosas, no obstante su veracidad histórica; cuando se contemplan tales heroismos, es imposible no sentirse orgulloso de ser hombre; y es imposible no sentirse entregado á los entusiasmos de la inspiración.

Se concluye la conquista y comienza la colonia; y entonces, adiós valentías, adiós grandezas del corazón, adiós actos de epopeya, y adiós distintivos de una gran raza.

Estudiar la historia de la colonia me hace el efecto de visitar, como Hamlet, un cementerio. ¡Qué vida tan muerta!

Aquella sociedad parecía vivir como sepultada en un abismo de brumas y de tinieblas.

Unas cuantas procesiones, autos de fe, la llegada de algún nuevo virrey, la presencia de corsarios, la muerte de algún obispo, el cambio de algún principe en España, algún ruidoso capítulo de monjas ó de frailes: —he aquí todo lo que solía conmover aquel marasmo, y agitar aquel mar muerto.

Cuentan los marinos que existe en el Atlántico un gran espacio de Océano nunca visitado por las frescas corrientes que van y vienen del Polo y del Ecuador. Aquella zona líquida parece estar petrificada. Es un desierto marino. Ni una ave vuela por el horizonte, ni un pez puebla sus honduras, y apenas si las tempestades cruzan sus olas incoloras.

He aquí la imagen de la vida colonial en la América española.

Ni prensa, ni meeting, ni asambleas populares, ni tribuna que arde, ni libros que ilustren, ni hombres que maldigan, ni siquiera crímenes ruidosos.

Allí no había almas de Mirabeau, ni siquiera de Masa niello.

Esta época es la que ha servido de base á las Tradiciones de Ricardo Palma.

De aquí el por qué al leerlas le parece á uno escuchar ruiI