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Ricardo Palma

pado, mandó recoger y quemar los ejemplares del libro, infponiendo durísimas penas á sus súbditos remisos en obedecer el regio mandato. No recuerdo en qué Enciclopedia moderna he leído que no excedieron de cuarenta los ejemplares que libraron de la hoguera, y eso porque el monarca los había obsequiado á embajadores y á cardenales de su devoción.

Cuando la destrucción de la Biblioteca de Lima por los chilenos, en 1881, desapareció el ejemplar que poseía el Perú, y que perteneció á la librería de los jesuítas, la cual sirvió de base á la Nacional fundada por el general San Martín en 1821. El ejemplar no llegó á la Biblioteca de Santiago, ni hay noticia de que lo hubiera adquirido bibliófilo alguno de Europa ó América, pues bien se sabe que los hombres dominados por la manía de acaparar libros jamás guardan secreto sobre los ejemplares raros que adquieren, y gozan con echar la nueva á los cuatro vientos. Como muchas de las obras fueron vendidas, á vil precio por la soldadesca en los bodegones, utilizándose el papel para envoltorios de sal molida ó de pimienta, no es aventurado recelar que tan indigna suerte haya cabido al curiosísimo librito.

En muy lujosa edición, profusamente ilustrada con láminas sobre acero, hecha en Londres en 1707, admiró Mr. Saint Jhon un volumen, en folio menor, titulado Perspectiva pictorum et architectorum, por Andrés Putei, de la Compañía de Jesús. Nuestro ejemplar (felizmente devuelto, en 1884, por un caballero italiano que lo adquirió por dos pesos ú soles, de un soldado) tiene una preciosa miniatura de la reina Ana, y fué regalado por ella al embajador de España en Londres.

Más tarde lo poseyó un virrey, quien lo obsequió á la librería de los jesuitas.

Después de discurrir largo y menudo sobre bibliografia inglesa, ramo en que el ministro británico me pareció algo entendido. recayó la conversación sobre cuál era el libro de más pequeño formato conocido hasta el día. Enrique Torres Saklamando y el clérigo La Rosa hablaron de un libro francés que no recuerdo; pero don José Dávila Condemarin nos dijo que él había tenido en sus manos, en Roma, un ejemplar