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Ricardo Palma

Estas mixtificaciones, marrullerías ó chanchullos poéticos, han sido moneda corriente en América, y quiero comprobarlo citando algunos de nuestros días. Durante más de dos años fué unánime el coro de elogios tributado á varias delicadas composiciones que, con la firma Edda la bogotana, reprodujo la prensa do nuestras repúblicas. Al fin, se desvaneció el misterio, y llegó á ser de público dominio que esa firma fué un scudónimo que ocultaba el nombre de uno de los más esclarecidos poetas contemporáneos de nuestro continente, el cual encontró complacencia en avivar la curiosidad de los lectores manteniendo en pie, mientras le fué posible contar con la discreción del impresor, la que él estimaba como inocente travesura.

Y para hablar sólo del Perú, recordemos que ha casi un cuarto de siglo nos traía intrigados la firma Leonor Manrique, que con frecuencia se leía en uno de nuestros diarios, al pie de versos muy galanos, así como las de Lucila Monroy y Adriana Buendia suscribiendo poesías, si bien menos correctas que las de aquélla, no por eso menos agradables. Pues bien, todo ello, con el correr de los meses, se supo que fué puro entretenimiento y pura broma de dos poetas de buen humor.

No sería de maravillar que un futuro historiógrafo de las letras peruanas, ateniéndose á la prensa periódica, obsequiase al Perú un cardumen de poetisas que existieron sólo en la fantasía de escritores traviesos, y que hoy se están embobados y sin acordarse de la travesura, como diz que se está san Gilando en el elo, donde Dios no hace de san Gilando ni san Gilando de Dios.

Trece años después de la aparición de Clarinda, que no volvió á inspirarse ni á dar señales de vida, se nos presenta, en 1620, la Amarilis de Huánuco, con su epístola en silva, dirigida á Lope de Vega. Nueva mixtificación.

Lo artificioso de las imágenes en el platonicismo amoroso, más aun que la estructura de los versos, propia de pluma muy ejercitada en la métrica, nos están revelando á gritos á un hijo, y no de los peores, del dios Apolo. Ese mismo empeño en hacer su autobiografía nos es sospechoso por lo impropio y rebuscado, pues ninguna mujer románticamente ena-