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Ricardo Palma

su carácter de embajador, mandado por don Francisco al campamento de Inca, y logró de éste que aceptase la invitación de pasar á Cajamarca.

Atahualpa, en su prisión, tomó gran cariño por Hernando de Soto, en el cual vió siempre un defensor. Hernando de Soto era verdaderamente caballero, y tal vez el único corazón noble entre los ciento setenta españoles que apresaron al hijo del Sol.—Aun es fama que este conquistador pasaba horas acompañando en su prisión al desventurado monarca, y enseñándole á jugar al ajedrez. El discípulo llegó á aventajar al maestro.

Cuando regresó de una exploración, á que lo había enviado Pizarro, se encontró con que el Inca acababa de ser decapitado.

Gran enojo manifestó Soto por el crimen de sus compañeros, y disgustándose cada día más con la conducta de los Pizarro, se regresó á España en 1536, llevándose diecisiete mil setecientas onzas de oro que le correspondieron en el rescate del Inca.

El rey le dió el título de Adelantado, le concedió muchas mercedes y honores, y lo autorizó para sacar de España mil hombres y emprender con ellos la conquista de la Florida. En ésta no fué menos heroico y prudente que en el Perú, y falleció, en medio de los bosques, atacado de una fiebre maligna.

La historia es injusta. Toda la gloria, en la conquista del Perú, refleja sobre Pizarro, y apenas hace mención del valiente y caballeroso Hernando de Soto.

Era hidalgo de nacimiento, natural de Villanueva de Barcarrota, buen mozo, moreno de Color, sufridor de trabajos y el primero en los peligros, con lo que daba ejemplo á los soldados, desprendido de la riqueza, clemente en perdonar, y de gran juicio y cautela. Tal es el retrato que de Hernando de Soto hace un cronista.

Murió, muy llorado de los suyos, á la edad de cuarenta y dos años.