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Ricardo Palma

como vencidos. Terminaba el cirujano de hacerle la primera curación, cuando se oyó una voz que preguntaba: —¿Dónde está el comandante Castilla?

—Aquí, á la derecha—contestó don Ramón, á la vez que otro herido decía: —Aquí, á la izquierda.

Los dos hermanos, heridos en defensa de distinta bandera, estaban en el hospital de sangre y, ¡coincidencia curiosa! la lesión de ambos era en un brazo. De más está decir que aquella tarde fué de fraternal reconciliación.

Don Leandro no quiso tomar servicio en el Perú, y se embarcó para España. A poco Fernando VII le ascendió á coronel, dándole alto empleo militar en una de las provincias del reino.

Cuando fallecido el monarca estalló la guerra civil, don Leandro renunció el cargo que servía y fué á incorporarse en el ejército carlista. Tres ó cuatro años después, por méritos en acción de guerra, le ascendió Carlos Vá brigadier.

Después de la inicua traición de Maroto, bautizada en la historia con el hipócrita nombre de Abrazo de Vergara, sólo las tropas del cabecilla Cabrera continuaron batiéndose con bravura, en el Maestrazgo de Aragón, contra los isabelinos. Cabrera con 12,000 hombres se contrajo á impedir que el ejército de O'Donell se uniera con el de Espartero, quien con 30,000 soldados y mucha artillería sítiaba la fortaleza de Morella, defendida por 2,800 carlistas con quince cañones. Los brigadieres don Pedro Beltrán y don Leandro Castilla fueron los jefes á quienes Cabrera encomendara la resistencia. Desde el 21 hasta el 30 de Mayo no pasó día sin recio cañoneo por ambas partes, y sin que fuesen rechazados los liberales en sus tentativa de asalto á la plaza.

En la tarde del 30 una bomba produjo la explosión del principal depósito de municiones, y como apenas quedaban pertrechos se resolvió, en junta de guerra, que el brigadier BelIrán abandonase la plaza para reunirse con Cabrera, encomendándose al brigadier Castilla que con sólo dos compañías permaneciese entreteniendo al enemigo, y autorizándole para capitular cuando considerase que ya Beltrán, con su gente, estaba libre de ser batido en la retirada. Así convenía á la causa carlista, y el abnegado don Leandro aceptó el tristísimo deber