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Mis últimas tradiciones

243 con indiferencia los desahogos del francés, lo interrumpió con estas palabras: —¡Eh! señor cónsul... ¡moderación!... ¡mucha moderación..señor cónsul!

Para el irritable Saillard fué esto como avivar una hoguera. Se encaró con el ministro de Guerra, el cual le volvió la espalda, murmurando con el acento cortado que le era peculiar.

—¡Eh! ¡Déjeme en paz, hombre!... ¡Borrachito...! ¡ Borracho...!

Al día siguiente Saillard le enviaba sus padrinos. El bravo general de caballería contestó: —¡Está bien...! Aceptado... cuando guste... elijo armas... es mi derecho... soy el desafiado... A caballo y lanza en mano...

Así nos batimos los facinerosos... de caballería...

Los padrinos regresaron en la tarde á casa del general, y le comunicaron que su ahijado aceptaba la condición, pero que necesitaba un plazo para aprender el manejo de la lanza.

—¡Eso es!... Muy justo... que aprenda... tiene razón... no hay inconveniente.

—¿ qué plazo le concede usted, general?—preguntó uno de los padrinos, que era un acaudalado comerciante belga cuyo nombre he olvidado.

—¡Hombre !... el que ustedes quieran... Por mi... tanto da un año como un dia...

—Pues será un año—dijo don Bernardo Poumaroux que era el otro padrino.

—¡Eh... ya lo he dicho... me es indiferente...

Saillard, que contaba en Francia con protector ó amigos de gran influencia, recibió cuatro meses después el nombramiento de Cónsul general en Caracas.

Llegado á Venezuela, pasó cinco meses recibiendo lección diaria de equitación y manejo de lanza. Sus maestros, á los que remuneraba con esplendidez, eran dos llaneros del Apure, de esos que, á las órdenes de Paez y á bote de lanza, destrozaron los aguerridos batallones del ejército español.

Cuando sus maestros le dijeron que nada tenían ya por enseñarle, lo que equivalía á expedirle y refrendarle título de