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Ricardo Palma

III Pero un día no estuvo el teniente López con el humor de seguir aceptando humildemente complicidad en las mentiras.

Quiso echar, por cuenta propia, una mentirilla y... ese fué el día de su desgracia; porque el general lo separó de su lado, lo puso á disposición del Estado Mayor, éste lo destinó en filas, y en la primera zinguizarra ó escaramuza á que concurrió, lo desmondongaron de un balazo.

Historiemos la mentira que ocasionó tan triste suceso.

Hablábase de pesca y caza.

—¡Oh! Para escopeta la que me regaló el emperador del Brasil. No es verdad, teniente López?

—Sí, mi general... buena!... ¡muy buena!

—Pues, señores, fuí una mañana de caza, y en lo más enmarañado de un bosque descubrí un árbol en cuyas ramas habría por lo menos unas mil palomas... Teniente López ¿serían mil las palomas?

—Sí, mi general... tal vez más que menos.

—¿Qué hice? Me eché la escopeta á la cara, fijé el punto de mira y... ¡pum! ¡fuego! No es verdad, teniente López?

—Sí, mi general... Me consta que su señoría disparó.

—¿Cuántas palomas creen ustedes que mataría del tiro?

—Tres ó cuatro—contestó uno de los tertulios.

—¡Quiá! Noventa y nueve palomas... ¿o es verdad, teniente López?

—Sí, mi general... Noventa y nueve palomas... y un lorito.

Pero Lerzundi aspiraba al monopolio de la mentira, y no tolerando una mentirilla en su subalterno, replicó: —; Hombre, López...! Cómo es eso?... Yo no vi el lorito.

—Pues, mi general—contestó picado el ayudante, yo tampoco vi las noventa y nueve palomas.