Página:Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería (1906).pdf/245

Esta página no ha sido corregida
237
Mis últimas tradiciones

237 (y lo ratificaré en el valle de Josaphat, si algún militroncho se picare y me exigiese retractación) que entre un centenar, por lo menos, de generales que, en mi tierra, he alcanzado á conocer, ninguno me pareció más general á la de veras que don Agustín Lerzundi. ¡Vaya un general bizarro! No se diría sino que Dios lo había criado para general y... para mentiroso.

Acompañaba siempre á Lerzundi el teniente López, un muchachote bobiculto que no conoció el Brasil más que en el mapamundi, y á quien su jefe, citándole no sé qué artículo de las Ordenanzas que prohibe al inferior desmentir al superior, impusa la obligación de corroborar siempre cuanto él le preguntase en público.

Hablábase en una tertulia sobre la delicadeza y finura de algunas telas, producto de la industria moderna, y el general exclamó: —¡Oh! ¡Para finos los pañuelos que me regaló el emperador del Brasil! ¿Se acuerda usted, teniente López?

—Sí, mi general... ¡finos muy finos!

—Calculen ustedes—prosiguió Lerzundi—si serían finos que los lavaba yo mismo echándolos, previamente, á remojar en un vaso de agua. Recién llegado al Brasil me aconsejaron, que como preservativo contra la fiebre amarilla, acostumbrase beber un vaso de leche á la hora de acostarme, y nunca olvidaba la mucama colocar éste sobre el velador. Sucedió que una noche llegué á mi cuarto rendido de sueño y apuré el consabido vaso, no sin chocarme algo que la leche tuviese mucha nata, y me prometí reconvenir por ello á la criada.

Al otro día vínome gana de desaguar cañería y... ¡jala! ¡jala!

¡jala! salieron los doce pañuelos. Me los había bebido la vispera en lugar de leche..... no es verdad, teniente López?

—Sí, mi general, mucha verdad—contestó con aire beatifico el sufrido ayudante.