Página:Mis últimas tradiciones peruanas y Cachivachería (1906).pdf/244

Esta página no ha sido corregida
236
Ricardo Palma

Nosotros estábamos desarmados, y escapó cada cual por donde Dios quiso ayudarlo; pues los que nos asaltaron eran nada menos que los ladrones de la famosa cuadrilla del facineroso negro Lacunza, cuyas fechorías tenían en alarma la capital.

Yo, escalando como gato una pared, que de esos prodigios hace el miedo, conseguí subir al techo; pero los bandidos empezaron á menudearme, con sus carabinas, pelotillas de plomo. Corre que corre, y de techo en techo, no paré hasta Monserrate (1).

—Eso es mucho—comentó uno de los oyentes.—¿Y las bocacalles, general? ¿Y las bocacalles?

—¡Hombre! ¡ En qué poca agua se ahoga usted!—contestó Lerzundi.— Las bocacalles! ¡Valiente obstáculo!... Esas las saltaba de un brinco.

Roberto Robert, que saltó desde el almuerzo de un domingo á la comida de un jueves, sin tropezar siquiera con un garbanzo, no dió brinco mayor que el de las bocacalles de mi paisano.

II Siendo Lerzundi capitán, una de nuestras rebujinas políticas lo forzó á ir á comer en el extranjero el, á veces amargo, pan del ostracismo. Residió por seis meses en Río Janeiro, y su corta permanencia en la capital del, por entonces, imperio americano, fué venero en que ejercitó más tarde su vena de mentiroso inofensivo.

Corrieron años tras años; después de una revolución venía otra revolución; hoy se perdia una batalla, y mañana se ganaba otra batalla; cachiporrazo va, cachiporrazo viene; tan pronto vencido como vencedor; ello es que don Agustín Lerzundi llegó á ceñir la faja de General de brigada. Declaro aquí (t El Cerendo y Monserrate son, en linea recta, estremos de la ciudad ó sea un trayecto de más de dos millas.