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Ricardo Palma

esqueleto de sardina, cuyo nombre he olvidado, y aunque lo recordara eso no da ni quita interés á mi relato.

En ur extremo de la capilla veíase un buzón en que las devotas, aparte de una moneda de plata como ofrenda para el mantenimiento del culto, depositaban una caria ó nemorial dirigidos á san Antonio, pidiéndole que se empeñase con Dios para obtener la realización de tal ó cual anhelo, ya fuese la salud para un enfermo, un empleo para un deudo ó el premio gordo de la lotería próxima. Hasta los pícaros y las doncellas de malandanza tenían algo que pedirle al santo.

Lo seguro, para la beata y el confesor, era una cosecha semanal de pesetas, que nunca bajó de diez pesos.

Regresaban devotos y devotas el sábado siguiente, y después de nueva ofrenda monetaria, les entregaba la beata, en representación del santo, el memorial despachado, si no siempre con un decreto de interpretación sibilina, de esos que el vulgo llama ¡bambolla! ¡bambolla!

ni pan ni cebolla, por lo menos con un—veremos —se hará lo que se puedaconfie en Dios—no pierda la esperanza. Y no fué raro encontrarse con un—como lo pide la suplicante—sobre todo cuando la solicitud se reducía á pedirle novio á San Antonio, que era, hasta aquellos años, el santo casamentero por excelencia. Por eso dijo un poeta de mi tierra: ¿A qué de Celestinas el servicio si, encendiéndole un cirio á san Antonio, consiguen las muchachas matrimonio?

Pues, señor, tiene el santo buen oficio!

Persona que de estas cosas sabe me asegura que san Antonio ha sido destronado por san Expedito, que es hogaño el santo á la moda para proveer de marido á niñas crédulas y alborotadas. Felizmente, el Papa piensa desantizar á san Expedito.