Yo no sé por qué (pues no he tenido un cuarto de hora ocioso para leer la vida del santo) exhiben en los altares al bienaventurado italiano con rostro y manos de negro retinto.
Sospecho que será por encomiar en él la virtud de la humildad y si no estoy en lo cierto, que no valga.
En materia de santos milagreros disputábanse la palma, en Lima y por aquellos años, san 'Antonio y san Benito. Hoy son un par de pánfilos al lado de san Expedito que ha alcanzado á destronarlos, si bien me aseguran que el actual Padre Santo se propone privar de santidad al susodicho don Expedito declarando nulos y sin valor sus milagros. Sea lo que Dios y su merced quieran, que á mí la cosa me importa un pepinillo en escabeche.
Un grupo de granujas entre los que yo militaba, solía, por la tarde, rodear á Piojo blanco en el atrio de San Francisco,. y el bendito hermano no se hacía rogar para dar suelta á la sin hueso ni pelos, relatándonos maravillas de san Benito. Ciegos á los que el santo hizo recobrar la vista, cojos á los que mandó arrojar la muleta, Magdalenas arrepentidas, pícaros que se metieron frailes, cadáveres que se echaron á caminar; en fin... ¡la mar de milagros!
Uno de mis camaradas, que era un chico con más trastienda que una botica y más resabioso que un cornúpeta de la Rinconada de Mala, interrumpió al narrador diciéndole: —En resumidas cuentas, hermano; si su san Benito es tan poderoso, bien puede competir con Dios, echarle la zancadilla y reemplazarlo.
—Me parece—contestó el lego con el aplomo de un sectario entusiasta,—y hasta creo que su merced no lo haría mal en el oficio de Dios.
—¡Cómo: ¡Qué herejía! ¿Cómo es eso?—exclamamos en coro y escandalizados los muchachos.
—No crean ustedes—prosiguió el hermano,—que en el cielo no haya, como en la tierra, descontentos y bochincheros.
Que los hay, lo sé de buena tinta; y diré á ustedes en confianza (y cuidado! con que me comprometan contándoselo al Comisario del barrio ó al Intendente de policía) que una vez