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Ricardo Palma

Contábame un contemporáneo y amigo de María que el día en que cumplió cuarenta y cinco años, lo que debió ser en 1851, rompió ella para siempre con el mundo, y sus deleites y vanidades. Convirtió en dinero sonante sus lujosos muebles y valiosas alhajas, depositando el total en casa de un comerciante que era por esos años, en que aur no se conocían Bancos en el Perú, el banquero de la ciudad. Se redujo á vivir modestamente con la renta mensual de cien pesos, intereses del capital, y se consagró á la vida devota, que es el obligado remate de toda vida alegre. Quien pecó y rezó, la empató.

Así vivió tranquila por más de veinte años, hasta que en 1873 674 la estrepitosa quiebra del comerciante, fruto no de falta de honradez, sino de errados cálculos y de adversidades mercantiles, colocó á María en condición mendicante. AqueIla quiebra fué muy sonada, porque comprometió el bienestar de muchas familias de Lima.

El arzobispo cedió á la Abascal dos habitaciones en la casa de pobres que, en la calle de san Carlos, posee el arzobispado, y casi todos los viejos y viejas de Lima, que conocieron á la l'apa con ají en sus buenos tiempos de opulencia, se obligaron á auxiliarla con limosna mensual.

Ha seis ó siete años pasaba yo, en la mañana de un domingo, por el atrio de la iglesia de San Pedro en compañía de un amigo, que precisamente era aquel mi colega de 1845, cuando, entre la gente que salía de misa, pasó una anciana de aspecto distinguido y simpálico, cubierta con la antigua inantilla española. Esta circunstancia, tan fuera de la moda, me llamó la atención, y dije al amigo: Tengo curiosidad de saber quién es esta señora de la mantilla. La conoces?