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Mis últimas tradiciones

209 Un mes más tarde, en Enero de 1825, caía una noche Monteagudo bajo el puñal de un asesino; y María Abascal, atropellando á la guardia, penetraba como loca en la iglesia de San Juan de Dios, y regaba con sus lágrimas el cadáver de su primer amante, que quizá fué el único hombre que alcanzó á inspirarla verdadera pasión.

Era yo un granuja de doce años cuando conocí á María Abasca! tal como la retratara el pincel del maestro Pablito.

Principiaba para ella el ocaso de su hermosura; pues los cuarenta venían á todo venir.

Habitaba María los altos de una casa en la calle de Lescano, y en el piso bajo vivía la familia de uno de mis compañeros de colegio. Tuve así ocasión para verla muchas veces subir ó descender del calesín, vestida siempre con elegancia y luciendo anillos, pendientes y pulseras de espléndidos brillautes. Recuerdo también haberla visto de saya y manto entre las traviesas lapadas que á las procesiones solemnes concurrían, y que con sus graciosas agudezas traían al retortero á los golosos descendientes de Adán. La saya y manto desapareció de la indumentaria limeña después de 1855.

Maria Abascal fué lo que se entiende por una aristocrática cortesana, una horizontal de gran tono. Las puertas de su salón no se abrían sino para dar entrada á altas personalidades de la política ó del dinero. No se encanalló nunca, ni fué caritativa para con los enamorados pobres diablos. No daba liincsnas de amor.

Su figura, acento y modales eran llenos de distinción. Parecía una princesa austriaca, y no una mujer de humilde origen.

Por eso nadie dudaba de que fuera hija del gallardo y cabaileresco virrey Abascal en alguna aristocrática marquesa de Lima.

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