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Ricardo Palma

¿Cómo pasaron las cosas? No he alcanzado á averiguar tanto, ni hace falta. Lo que sé es que, después de dos meses de obstinado asedio por parte de Monteagudo, que derrochando oro conquistó el auxilio de una celestina con hábito de beata comulgadora, que frecuentaba la casita como amiga de la chiclayana, la fortaleza se rindió á discreción, desapareciendo una noche María Abascal del honrado hogar de sus favorecedores.

El amor romántico ó platónico es algo que se parece mucho al vino aguado. Eso de querer, por sólo el gusto de querer, no tiene sentido común. El hombre es fuego, la mujer estopa, y como el diablo pasa día y noche sopla que sopla, por sabido está lo que discretamente callo.

No fué sólo la fiebre de los sentidos la que dominó á Monteagudo en sus relaciones de catorce meses con María. Mas de un año de constancia, en hombre tan caprichoso y voluble como él, prueba que su corazón también estuvo interesado.

Las aventurillas de veinticuatro horas que de don Bernardo se refieren, fueron acaso sólo satisfacciones para su amor propio y no dejaron honda huella en su espíritu.

Cuando la tempestad polílica se desencadenó contra el ministro de Estado, y el populacho rugia ferozmente pidiendo la cabeza de Monteagudo, éste no quiso partir para el destierro sin despedirse de la mujer amada. La atmósfera de Lima tenía para el ex ministro olor de calabozo con humedades de cadalso. Rodeándose de precauciones para no ser conocido en la calle por los enemigos que ansiaban apoderarse de su persona. Monteagudo llegó á media noche á casa de su María, de la que, acompañado de dos leales amigos, salió á las cinco de la mañana para embarcarse en el Callao.

Un añe después, en Diciembre de 1824, volvió á Lima Monteagudo. y se informó de que María tenía un amante. No quiso verla y la devolvió, sin abrirlo. un billete en que ella le pedía una entrevista.