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Ricardo Palma

la casa de los expósitos que, por ocho pesos de sueldo al mes, se encargaban de la lactancia de los infelices niños.

Pero fué el caso que la chiclayana, que nunca había tenido hijos, en los ocho días transcurridos desde aquel en que recibió la prenda, tomóla cariño y decidió quedarse con ella, decisión favorecida por la circunstancia de que la huérfana estaba ya eu condiciones de destete.

Es sabido que á los expósitos se les daba por apellido el del virrey, arzobispo, oidores ó el de alguno de los magnates que con limosnas favorecían el santo asilo. Así, en Arequipa por ejemplo, casi todos los incluseros eran Chávez de la Rosa, en memoria del obispo de ese nombre fundador de la beneficente institución. También el apellido Casapía se generalizó en ese orfanatorio ú orfelinato, vocablos del lenguaje moderno que aun no han alcanzado á entrar en el Diccionario.

El mismo día en que la picantera y el oficial de ebanista dccidieron quedarse con la chiquilla, en calidad de madrina, la llevó á confirmar, declarando que la ahijadita se llamaba María Abascal, adjudicación de paternidad que tal vez nunca llegó á oídos del virrey.

Abascal hizo su entrada en Lima á fines de Julio del año anterior y, cronológicamente computando, mal podía tener en Septiembre de 1807 hija de nueve meses.

La madrina y su marido se encariñaron locamente por la criatura, disputándose á cuál la mimaba más, y agotando en ella cuanto adquirían para tenerla siempre vestida con esmerada limpieza y buen gusto.

María legó á cumplir los seis años en la picantería, y era un tipo de gracia y belleza infantil, que traía bobos de alegría á sus padres adoptivos. Pero las envidiosas muchachas del barrio, para amargar la felicidad de la inocente niña y hacerla verter lágrimas, la bautizaron con el apodo de la Papita con ají.