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Mis últimas tradiciones

En cuanto á los recursos de lenguaje con que cuenta Ricardo Palma, se quiere saber hasta dónde posee él y domina el idioma? No hay más que darle un puñado de vocablos recogidos en el arroyo, los más prosaicos y ruines, de esos que el vulgo encanalla con su hablar pedestre; y al punto se verá cómo el mago los incrusta, los combina, los dignífica y les da viso, haciéndolos entrar en su debido puesto en la hermosa escala de tonos de una frase hábilmente graduada de colores.

Pero ni el conocimiento profundo de la indole y artificios de una lengua, ni la posesión de un copioso léxico forman por sí solos al prosista trascendente. Se necesita algo más, es indispensable aquello que, con tanta gracia como acierto, nos dice el mismo Palma ser preciso para escribir buenos versos:

Forme usted líneas de medida iguales,
y luego en fila las coloca juntas
poniendo consonantes en las puntas;
—¿Y en el medio?—¿En el medio? ¡Ese es el cuento!
Hay que poner talento.

Y es cabalmente lo que él pone, en el medio y por todas partes de sus renglones de inimitable prosa. Lo que en ella mejor reluce y más encanta, no es la palabra escogida, ni la frase bien compuesta; es el talento; es ese polvillo luminoso de ideas que á sus escritos abrillanta. A veces el estilo de Palma parece caer en una sencillez tan ingenua, que las medianías se regocijan, porque se imaginan que allí sí pueden llegar ellas. Pero eso no es sino puro espejismo retórico. De sencillo no hay allí más que la apariencia. Un magistral alarde artístico es lo que al cabo se descubre en esas formas de engañosa naturalidad, de las cuales, una vez que se nos ha mostrado el autor como el atleta en descuidado reposo, vuelve á la actitud estatuaria por un giro nuevo, gallardo, inesperado, que nos deja suspensos.

Ricardo Palma escribe poco por ahora. Se ha encariñado con la Biblioteca Nacional de Lima, destruída en 1881 por las