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Ricardo Palma

—No, mi General.

—La idea de que tal vez he edificado sobre arena movediza y arado en el mar—y un suspiro brotó de lo más íntimo de su alma, y volvió á hundirse en su meditación.

Transcurrido gran rato, una sonrisa tristísima se dibujó en su rostro, y dijo pausadamente: —¿No sospecha usted, doctor, quiénes han sido los tres más insignes majaderos del mundo?

—Ciertamente que no, mi General.

—Acérquese usted, doctor... se lo diré al oído... Los tres grandísimos majaderos hemos sido Jesucristo, Don Quijote y... yo.